Ricardo Iorio: el padre del metal nacional
Vine a estudiar a Córdoba cuando tenía 17 años. La dimensión de la gran ciudad me conmovió. Encontré nuevas amistades, actividades y prácticas pero entre todo lo novedoso que tenía para experimentar, me atrajeron particularmente los recitales. No tenía demasiado para elegir en esa época, pero habiendo escuchado desde la adolescencia cassettes de Metallica y Hermética, decidí ir a conocer la nueva formación de Ricardo Iorio: Almafuerte.
Inmediatamente quedé deslumbrado. No era sólo la música y la poesía agrio gauchesca de sus canciones, era todo el robusto espectáculo que este grupo proponía y especialmente las ocurrencias de su líder. Entre canciones, era un deleite escuchar a Ricardo explicar sus líricas y transmitir sus valores. Fui a muchos recitales de otras bandas después de ese, pero Almafuerte se convirtió en un ritual.
Después de 10 años ininterrumpidos de asistencia perfecta a sus recitales, de haber devorado una y otra vez su discografía (de esta y de etapas anteriores), y de haber memorizado sus canciones, podía decir que era un verdadero fanático. Viví incluso la época en que después de años de negarse a salir en los medios, decidió como excepción a su postura, darle una entrevista a Beto Casella, nota que se volvió histórica. Recuerdo eso porque para nosotros la figura de Iorio, enérgica, ácida y visceral, no era una sorpresa, pero para el país sí lo fue. Tal fue la repercusión que casi me quedo sin entrada para su próximo recital.
Hoy tengo más de 40, las responsabilidades de la vida me llevaron a ir menos a recitales, a priorizar otros asuntos y a reflexionar. La noticia del fallecimiento de Ricardo me agarró desprevenido. Hace años que no lo veo en vivo, pero me golpeó como un tren. Al principio pensaba que era por melancolía, pero sentía que había algo más. Puse una pausa a mi actividad laboral y empecé a escuchar sus canciones, que ya oí cientos de veces y las tengo compiladas para cuando viajo en auto. Pero las escuchaba de otra forma, estudiando al ser humano que estaba detrás y prestando especial atención al mensaje. Y ahí encontré la razón de mi aflicción.
Cuando formamos nuestra personalidad, en la adolescencia, pasamos por procesos tan dolorosos como satisfactorios. En una época donde somos inocentes, ingenuos y abiertos a nuevas experiencias, forjamos nuestras formas de pensar, nuestros valores, y hasta cómo nos expresamos. Ahí sufrimos también tener que enfrentarnos a la sociedad que ni a palos es tan romántica o dulce como creíamos.
Nos forjan entonces las relaciones de amistad, nuestros padres y también el arte que consumimos. Ya sean cómics, libros, películas, series o música, esos ídolos que seguimos son tan influyentes en nuestra vida como los demás. Tomamos el sentido de la justicia, compartimos las problemáticas y levantamos la bandera de la superación personal de los héroes que consumimos.
Iorio significó eso para mí: reforzar con él valores como lealtad, autenticidad, honestidad y perseverancia. No sólo lo encontré en las letras de sus canciones, sino en su robusto sonido y en su personalidad. Su áspera poesía es ilustre. En sus recitales, Ricardo nos explicaba sus letras y muchos pudimos comprender su disciplina recién en ese momento. “La concha de Dios no es una mala palabra”, nos decía antes de empezar «A Vos Amigo», y aclaraba: “la concha de Dios es de donde venimos todos, es la creación”. Sólo un talento como él podía crear semejante metáfora.
No sabría por dónde empezar a repasar su obra porque fue tan intensa como él. Tiene relatos de barrio, ciclos introspectivos y canciones emotivas, siempre con un espíritu aventurado y grave. Su repertorio es estridente y me parece sumamente injusto limitarme a repasar sólo algunas canciones. Sus letras son admirables.
Como dije antes, hoy soy un adulto y me toca enfrentar situaciones muy delicadas trabajando con figuras públicas, coordinar equipos de trabajo de distintas disciplinas y tratar de que mi esfuerzo haga que esta sociedad sea mejor. En cada situación, siento que Ricardo Iorio me acompaña habiéndome grabado cualidades que transmito a las personas con las que trabajo y valentía para afrontar cada reto. Cuando veo una injusticia tengo que remarcar que no se está procediendo correctamente, soy frontal cuando tengo que decirle a alguien lo que pienso, mantengo mis promesas y no me comprometo con lo que no podré cumplir.
A partir de ahí me empiezo a hacer preguntas: ¿Cómo un artista nos puede influenciar tanto? Lo hace al punto de forjar parte de nuestra personalidad. Los artistas son personas que encuentran en la manifestación de una obra la forma de expresar lo que sientes y piensan de una manera tan magnífica que atraen a los que nos sentimos igual, pero no nos resulta tan fácil transmitirlo. Entonces con ellos concretamos esas ideas que son parte de nosotros, y no podemos darles forma hasta que los encontramos.
¿Por qué nos afecta que se vaya alguien con quien no tuvimos contacto? Ricardo no sabía quién soy, aunque en el fondo, viéndolo sonreír en el escenario, haciendo lo que amaba y en el intercambio con su público, sé que sabe que fui uno de los metaleros con quienes compartimos todos esos momentos. Pero nunca nos juntamos a comer o a tomar una cerveza, y aun así lo siento como un amigo. Su partida me pesa como una tonelada.
¿Qué diferencia hay con la religión? Las religiones son conjuntos de personas definidas por un rito en donde idolatran a una entidad que define reglas de convivencia para ser buenos en la sociedad. El profeta, los mandamientos y todo lo que abarcan es muy similar a idolatrar un artista que te transmite también valores, a quien creés lo que dice y te hace feliz. Recién ahora entiendo por qué endiosan futbolistas que son seres humanos con defectos y virtudes. ¿Es el dios del metal nacional? Puede ser. Los yanquis tienen a Dio, los ingleses a Ozzy y los alemanes a Lindemann, ¿por qué nosotros no podemos tener a nuestro propio dios gaucho y malhablado?
Francamente no sé cómo darle conclusión a estas palabras. Empecé a escribirlo con muchas reflexiones para transmitir, repasando lo que representó en mi vida y a esta altura no sé si llegué al puerto al que quería arribar. Quizás ni siquiera lo hice para llegar a una conclusión sino para permitirme un duelo a través de describir mi proceso. Y es por eso que siento que tengo que expresarlo: La obra de Iorio fue grandiosa y me va a acompañar por siempre. Esto es lo que me salió y no puedo pedir disculpas si te aburrí o si no era lo que esperabas. No olvides nunca que, como dijo Ricardo, usted es usted y yo soy yo.
Fotografías: Flor Nozetto