Ripper en Argentina: gritos, fallas y aguante metalero
17 de mayo, en el corazón de Buenos Aires, Tim «Ripper» Owens volvió a pisar suelo argentino con la frente en alto y la garganta afilada. Con más de 30 años de trayectoria, el ex vocalista de Judas Priest, Iced Earth y mil proyectos más, llegó al escenario de El Teatrito para repartir hachazos sonoros entre distorsión, clásicos inmortales y una noche que, aunque accidentada, se convirtió en una prueba de fuego para todos los presentes.
Metal pesado desde temprano
Las puertas abrieron a las 18:00. Apenas diez minutos después, ya estaba adentro del recinto, mientras en el fondo sonaban los últimos acordes de prueba de sonido de Noches Enfermas, los primeros en subir a escena. Con un estilo que rozó el thrash pero desde una base de heavy metal clásico, supieron ganarse el aplauso de los pocos puntuales que llegaron temprano.

El segundo turno fue para In-Dios, pero ahí arrancaron los problemas: el micrófono del vocalista Daniel Medina directamente no funcionaba. A pesar del mal trago, la banda siguió tocando mientras el técnico intentaba revivir el sonido. Finalmente, el canal volvió a la vida y la banda pudo completar su show, sostenido por una base sólida de heavy tradicional y varios años de carretera encima. El público, fiel, los acompañó con respeto y agite.

Cuando llegó el momento de Ícaro y Patán, dos formaciones con tanta historia como el propio Owens, el sonido pareció calmarse. Ambas bandas dieron presentaciones a la altura de su legado, y el clima comenzó a levantar temperatura para lo que se venía.


Ripper al frente del caos
Con el lugar ya casi lleno, la expectativa era una caldera a punto de estallar. Tras una breve espera y más retoques técnicos, se escuchó por fin la intro de “Jugulator”, el tema que abre el primer disco de Ripper con Judas, allá por el lejano 1997. El Teatrito rugió. El grito fue colectivo, explosivo, una ovación inmediata que no aflojó con el segundo tema: el clásico cover de Fleetwood Mac, la inoxidable “The Green Manalishi”, en versión Judas Priest, cantada por todos a puro pulmón.

Pero a partir de la tercera canción, la noche comenzó a mostrar sus dientes. Bajó el volumen de una guitarra, volvió a fallar el maldito micrófono —el mismo de toda la noche— y los acoples hicieron de las suyas. A pesar de todo, la gente bancó, y “Blood Stained” junto a “Burn in Hell” mantuvieron el fuego encendido.
Hasta que el bajo decidió tomarse el palo.
Después de varios minutos intentando revivirlo, la banda decidió continuar sin él. Un momento incómodo que sumó tensión a una noche ya cargada.

Actitud ante todo
La maratón siguió con “Beyond the Realms of Death” -otro himno priestiano- y el único tema de Iced Earth que sonó: la emotiva “When the Eagle Cries”. Para entonces, Ripper ya mostraba señales claras de fastidio. El sonido no ayudaba, pero el tipo puso el pecho igual. La gente, lejos de abandonar, respondió con más fuerza: gritaban su nombre, celebraban cada nota, bancaban cada gesto.
También sonaron dos temas de KK’s Priest: “One More Shot at Glory” y “Hellfire Thunderbolt”, y Owens se tomó un momento para homenajear a un guerrero caído: dedicó la siguiente canción al fallecido Paul Di’Anno, el primer vocalista de Iron Maiden.
“Wrathchild” fue un delirio. El público explotó, y el pogo siguió encendido con “Electric Eye” y “Living After Midnight”, donde el bajista, finalmente, volvió al ruedo. El cierre fue con “One on One”, único guiño a «Demolition», ese disco renegado que Ripper siempre rescata con orgullo.
A pesar de las fallas técnicas, los cortes de sonido y los climas tensos, Tim y su banda bancaron la parada. Y el público también. Porque cuando hay heavy metal de verdad, el aguante no se negocia. Ojalá que la próxima vez las condiciones estén a la altura del artista. Porque actitud sobra. Solo falta que el sonido deje de ser el enemigo.
Crónica: Luca Naveira
Fotografías: Martin DarkSoul
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