«Scream for Me, Sarajevo»: metal en tiempos de guerra
“Me llamo Jasenko Pacik. Durante la guerra era demasiado chico como para involucrarme. En el 2008 obtuve trabajo de actor en el Teatro de Guerra de Sarajevo. Eso fue muy interesante, porque empecé a descubrir las dimensiones de cómo era la vida durante la guerra. Esta es una de esas historias.”
Entre 1992 y 1996, Sarajevo, la otrora vibrante capital de Bosnia y Herzegovina, fue el escenario de uno de los asedios más brutales de la historia moderna. Bajo un constante bombardeo de artillería y francotiradores que asolaban las calles, la vida cotidiana se convirtió en un ejercicio de resistencia y desesperación. La música, que alguna vez resonó en clubes y auditorios, quedó confinada al silencio impuesto por la guerra. Sin embargo, en 1994, un concierto desafió lo imposible. «Scream for Me, Sarajevo» narra esta historia, donde la música no solo fue un acto de entretenimiento, sino un grito de vida en medio del caos. Abróchense los cinturones y pónganse los cascos. Viajamos 30 años al pasado, al frente de combate donde Bruce Dickinson y Skunkworks dieron un show histórico.
Un eco de artillería y acordes silenciados
Esta historia está contada desde el punto de vista de los pobladores de Sarajevo, aquellos que en ese entonces eran muy jóvenes para participar, así como los artistas que, de alguna forma, buscaron la supervivencia y contar lo que pasaba a través de su formación. Es una recopilación de entrevistas, desde fotógrafos hasta productores y músicos, incluido Bruce Dickinson.
Previo al estallido del conflicto, Sarajevo era un mosaico cultural. El rock, así como los deportes y las artes escénicas convivían con ritmos locales y europeos. Bandas emergentes tocaban en bares, y los jóvenes encontraban en la música una forma de expresión y escape en una región que era el epicentro de un cambio socio-político enorme. Cuando el conflicto estalló, nadie esperó una escalada bélica, solo accidentes aislados. La emoción de los jóvenes por ausentarse a clases fue prontamente mitigada por las manifestaciones a pedidos de paz y los primeros disturbios. No obstante, no aparentaba un conflicto a largo plazo, sino algo a resolverse con prontitud.
Lo que no sabían en ese entonces, es que estaban totalmente equivocados. Los instrumentos quedaron relegados a las trincheras del olvido. La ciudad se volvió un entorno donde la música se convirtió en un lujo inalcanzable. Entre el estruendo de las bombas y el miedo a los francotiradores, quienes arremetían contra cualquier alma de cualquier edad, toda reunión pública era un riesgo mortal. El relato de Enes, un músico local, resume la tragedia: “No sabíamos si tocaríamos nuestra última canción en el sótano o si moriríamos intentando llegar allí”.
“Luego comenzó el bombardeo y llegaron los francotiradores. Mataron a tanta gente, tantos niños. Caminabas por la ciudad y estaba todo hecho añicos. Incendiaron muchos edificios. El Cine Sutjeska quedó hecho cenizas. Todo quedó sucio y destruido. Vi una anciana caminando con una vaca en medio de la calle Titova. Fue un shock cultural. En la capital donde me crié, ver una vaca caminar por el medio de la calle.”
La llegada del terror
«Llegaron, nos rodearon, y comenzaron a disparar. Mi madre, como era ortodoxa, fue amenazada. Tuvo que dejar su hogar y al musulmán con quien vivía, y pasarse de lado. Ahí te das cuenta que no es un sueño, sino la realidad.”
De repente, estos entrevistados se encontraban, a sus 14, 15 o 20 años, en una lucha por la supervivencia. Encendiendo fuegos en los balcones para cocinar, sobreviviendo al invierno de la forma más cruda posible. Con explosiones en cada esquina, gente colgándose de los balcones para escapar a los incendios y civiles abatidos en las calles. Mujeres, hombres, incluso bebés, muriendo en manos de sus seres queridos. No comprendían por qué ocurría. Solo entendían que la vida normal había terminado. ¿Cómo le explicás a estos pibes por qué incendiaban de manera sistemática los edificios culturales? ¿Por qué quemaban los complejos deportivos y los cines, el Museo Olímpico, y todo lo que los enorgullecía?
Desde afuera, se le estimaban no más de dos semanas al conflicto. Terminaron en un asedio más prolongado que aquel que sufrió Stalingrado. En el exterior, los detalles eran desconocidos. La ONU contaba con un equipo de paramédicos que no daban a basto. Incluso habían llegado sin información sobre lo que ocurría, excepto que había un conflicto bélico desatado. Los jóvenes se comunicaban por las pocas líneas telefónicas que aún funcionaban con compañeros de colegio que estaban fuera de la ciudad. Estos les avisaban que los serbios llegarían desatando un infierno en la tierra. Hasta los pájaros yacían muertos de la cantidad de esquirlas que volaban por los aires.
Difundir un grito entre el silencio
Sin embargo, el orgullo era más fuerte. No abandonarían la ciudad, y adoptaron la guerra como parte de la normalidad. Así, en 1993, volvieron las obras de Teatro, y los conciertos en Sloga y Obala. Los sótanos volvían a ser testigos de reuniones a modo de lugar seguro. La cultura se organizaba de corazón, para demostrar que no podían diezmarlos. Vivían cada día como si fuese el último. Y para ellos, así surgió la mejor época de su juventud. Era un mundo paralelo. Se formaban las bandas de Rock, se hacían festivales de cine, y todo era de forma solidaria.
“Durante la guerra, me llevaba la guitarra al refugio. Todo podía quemarse menos eso. Cuando había electricidad, lo importante era tocar el mayor tiempo posible y grabar “Headbanger’s Ball” para escuchar la música nueva», comentaba uno de los supervivientes. Así comenzaron a componer en inglés, e intentar llegar a los demás, a esos que escuchaban el conflicto por radio y por TV. Comenzaron a organizarse y fundaron un “Asociación de Rock & Roll” para inaugurar los shows de Help Bosnia Now. Y en una noche de cervezas y amigos, surgió una idea en broma.
“¿No sería genial que una banda venga a tocar a Sarajevo?”
La chispa de una locura
“¿Y si llevamos música a un lugar donde no hay esperanza?”, fue la pregunta inicial. Con la colaboración de la ONU y organizaciones locales, la idea tomó forma. La logística era un rompecabezas infernal: cruzar líneas de combate, sortear bombardeos y garantizar que los asistentes sobrevivieran al espectáculo. El Comandante Martin Morrins, de las fuerzas de paz de la ONU, logró contactar a Bruce Dickinson. Y Bruce dijo que sí. En ese entonces él perseguía su carrera solista, tras su reciente salida de Iron Maiden. Coordinaron las medidas de seguridad, y mientras Bruce organizaba su banda, los bosnios con ayuda de la ONU organizaban un concierto.
“Bruce me llamó para decirme que teníamos otro concierto. Habíamos hecho una gira por Estados Unidos. Habíamos hecho otra por Europa, por lo tanto no resultaba inusual. Luego me dijo que era en Sarajevo. Y pensé: ‘un momento… Están en guerra, ¿no? A lo que me contestó, ‘si, pero no hay problema’” – Chris Dale (bajista de Skunkworks)
El documental revive esta odisea con crudeza. Los testimonios relatan cómo viajar a Sarajevo implicaba rutas que cruzaban cerca de las líneas de combate y vehículos blindados que esquivaban ataques. El trayecto final hacia la ciudad era como entrar en un mundo apocalíptico. A medida que se acercaban, el equipo observaba edificios en ruinas, calles desiertas y un aire cargado de tensión en una ciudad sin energía. Sarajevo, bajo asedio, era un lugar atrapado en un limbo entre la vida y la muerte.
Una noche para desafiar la muerte
“Nos subimos a un camión amarillo que tenía pintados a Félix el Gato, Ásterix el galo y el Correcaminos en un costado. Era amarillo, era como decir: ‘dispárame, hazme explotar’. Conseguí un par de cajas de cerveza para el viaje, y una botella de whiskey para el Comandante Martins. Pero sabía que esa botella no llegaría a destino. Terminé bebiéndolo.” – Bruce Dickinson
Organizar el concierto en una ciudad sin electricidad estable ni infraestructura era un desafío monumental. Los locales ayudaron a improvisar el escenario en el Centro de Cultura Obala, un edificio semidestruido que aún ofrecía un refugio simbólico. La difusión se realizó boca a boca, pues no había manera segura de anunciar el evento públicamente sin atraer ataques. en medio de la guerra, los sarajevitas respondieron a esta llamada. Adnan, uno de los asistentes, recuerda cómo atravesó calles bajo fuego enemigo para llegar al concierto. “Sabíamos que podríamos morir, pero por primera vez en años, había algo que valía la pena”.
Esa noche, el Obala se llenó de almas sedientas de vida. En un espacio reducido, con más polvo y escombros que luces, resonaron los primeros acordes. La música rompió la barrera del miedo. Las explosiones afuera se convirtieron en un eco distante frente a los gritos de euforia. El concierto, aunque breve, fue un hito en la vida de los asistentes. La banda tocó con una energía que superaba el miedo. Dickinson recuerda cómo, en el clímax del espectáculo, gritó: “¡Scream for me, Sarajevo!” y la gente respondió con un rugido. Ese momento encapsuló la esencia del evento: un grito de humanidad en el abismo de la guerra.
Desde el escenario, los músicos observaban a jóvenes que habían cambiado los libros por rifles, pogueando como si el mañana no existiera. Por una noche, los disparos habían cesado. La organización bromeaba: «Si no se van, no nos van a atacar. Por supuesto, no pueden matar a Bruce Dickinson… ¿No?»
Sin embargo, no sucedió. La noche terminó, y la despedida fue tan apresurada como el ingreso. La banda abandonó la ciudad casi de inmediato, escoltada por la ONU nuevamente, cruzando Serbia en helicóptero hasta un portaviones, y de ahí al mundo «en paz». Pero dejaron algo más que música en Sarajevo. Dejaron un recuerdo imborrable en una ciudad herida.
Un regreso lleno de recuerdos
El documental cierra con el regreso de Dickinson a Sarajevo, más de 20 años después. En una ciudad reconstruida, pero cargada de cicatrices, el vocalista se reúne con algunos de los asistentes al concierto. Las lágrimas y las risas entremezcladas reflejan lo que significó esa noche: un instante de luz en medio de una larga oscuridad. El contraste entre la Sarajevo de los noventa y la actual es impactante. Aunque ahora hay paz, las marcas del conflicto son visibles en las memorias de sus habitantes. La música, que alguna vez fue una herramienta de resistencia, sigue siendo un símbolo de lo que se puede superar.
«Scream for Me, Sarajevo» no es solo un documental sobre un concierto, es una lección sobre la resiliencia humana. En un lugar donde la muerte era el único espectáculo constante, la música se alzó como un grito de esperanza, no idealista, sino visceral. El concierto de 1994 no cambió el curso de la guerra, pero sí mostró que, incluso en las circunstancias más adversas, la humanidad puede encontrar formas de resistir. Y en ese grito desesperado, Sarajevo encontró su voz.
Ficha técnica
Título original: Scream for Me Sarajevo
Año: 2017
Duración: 95 min.
País: Bosnia y Herzegovina
Dirección: Tarik Hodzic
Guión: Tarik Hodzic, Jasenko Pasic