Russian Circles en Uniclub: una expedición reflexiva de postmetal
El mystic power trio oriundo de Chicago, Russian Circles, tocó por primera vez en Argentina, tras varios años de espera desde los comienzos de la banda. La cita fue en Uniclub, en el barrio de Almagro, con la organización y la planificación rigurosa de la gente de Noiseground. Con un riguroso sold out, presenciamos una noche atiborrada de misterio. Te contamos los detalles de un concierto sin precedentes en la historia del postmetal instrumental.
Como Zama, víctimas de la espera
Zama es el personaje por antonomasia de nuestra literatura que representa acabadamente la espera: parsimoniosa y solitaria, duradera y doliente. Así estábamos los que, como quien escribe, seguimos a Russian Circles desde sus primeras apariciones en el mundo del postmetal con “Enter”, allá por el 2016.
Nobleza obliga, es posible advertir una originalidad, una templanza compositiva y una impronta tan particularmente propia que las distingue de otras bandas de la escena. Russian Circles, en ese sentido, es única, inimitable. Es el ejemplo más cabal de que no hacen falta despliegues rimbombantes y grandilocuentes de destreza y virtuosismo fatuo para fabricar la grandeza. El power trío, formado por Mike Sullivan en guitarra, Brian Cook en el bajo y Dave Turncrantz en batería ha sabido conmocionar nuestras fibras sensibles sobre la base de la articulación sincrética de sonidos pesados, riffs pulverizadores y pasajes de una luminiscencia realmente contrastante con aquellos.
Un sincretismo y una articulación paradojal entre lo pesado y lo reflexivo, lo oscuro y lo luminiscente, lo apocalíptico y lo contemplativo. Cosas que muy bien expresa la tapa de su álbum de estudio “Empros” (2011), con esa luz solar roja y apocalíptica que se cuela entre los intersticios de un frondoso bosque silencioso.
Por estas razones, la expectativa de ver a estos tipos era alevosa. Sabía que no habría sorpresas, que el show siempre es alucinante, tal como se puede ver en los setlist de sus giras europeas. ¿Cuántas veces habremos visto, aquellos videos donde la figura de Mike, sin abrir los ojos, nos profiere esos riffs cabeceadores, fantaseando con verlos en vivo?
IAH, potencia y misterio serranos
Esta fecha no podía estar despojada de una inauguración y una apertura a su altura. Y efectivamente así fue. Sin proferir palabras, IAH, el trío de stoner cordobés, sale al escenario con una potencia deslumbrante. Habiendo vivido varios años en Córdoba, he tenido la posibilidad de escucharlos en fechas inolvidables con Hijo de la Tormenta, que, junto con IAH, han sabido instalar con una grandeza elocuente las bases del stoner y el postrock nacional 2.0 (desde que Los Natas iniciaran la cosmogonía) y con un muy bien logrado y merecidísimo alcance internacional.
Formada por Mauricio Condon en la viola, José Landin en bata y Juan Pablo Lucco Bordera en el bajo, la banda sale al escenario con precisión germana, a 10 minutos del horario previsto. Replicando el pulso de Russian Circles, abren el concierto con un silencio parsimonioso y el gesto adusto de sus cuerpos impertérritos, recurriendo al lenguaje sonoro para preparar el terreno de esta noche.
No pasó mucho tiempo para que el público comenzara a agitar sus cabezas a un ritmo no frenético, pero sí homogéneo e intenso, siguiendo las cadencias y las pulsiones envolventes características del stoner.
Se notaba el vínculo entre la banda cordobesa y el público, que, en varias ocasiones, vitoreaban a sus integrantes. IAH ha sabido labrar un envidiable derrotero que se expresó y sintetizó en su presentación con una potencia y una mística increíbles. Ejecutaron sus temas con ritmos y pasajes que iban desde la reflexión más exhaustiva, con acordes mayores, mística serrana, cadencias lentas y heréticas. Sin menguar pesadez, incluyeron ritmos frenéticos que hacían del público una masa homogénea e inconsútil de cabezas headbangueando.
Todo estaba listo para que Russian Circles hiciera lo suyo.
Un fantasma recorre el escenario
El silencio es total. La simpleza también. A plena luz anaranjada y telón abierto, salen Mike y Brian a acomodar los cables del escenario. Afinan sus instrumentos, disponen sus elementos de trabajo. Así, sin ceremonial, sin acto ritual, sin presuntuosidad y con una naturalidad flagrante. Aunque un poco sorprendidos, tácticamente sabíamos que el misterio de la banda no descansa en la expectativa ritual de los recitales. Esto es, en hacerse esperar, en la irrupción grandilocuente, en el anonimato escamoteado. En ese sentido, Russian Circles despliega su saber al momento de tocar. Una verdadera economía política del sonido.
Siendo las 21.03 hs., las luces se apagan y comienza a sonar la intro fantasmagórica, “Ghost on High”. La separación de los planos fue tajante y definitiva. La atmósfera era otra. Bienvenidos a la experiencia sonora de Russian Circles.
Inmediatamente, comienzan a tocar “Station” de su disco homónimo de 2012. Lo suficientemente paradigmático para instalar el primer sintagma sonoro de la noche y erizar las superficies cutáneas de los seguidores más longevos. Un verdadero itinerario de sonidos, un pulso dual que reventó los tímpanos con sus pasajes de agresividad, pero que también exhortó a transitar los caminos de la reflexión al que invitan sus pasajes armónicos.
Casi como hilvanado, sobre la base de la misma afinación, el segundo tema sigue el mismo sintagma iniciado, siendo “Harper Lewis” del mismo disco precedente. Con un destacado y gran trabajo de luces, todas ellas apuntaban con tono ceniciento y taciturno a Turncrantz. Prolongó su introducción al tema un poco más que lo habitual en su tema de estudio, convocando la incorporación de sus pares. El frenesí del público se sentía por ósmosis, aunque el ambiente se mantenía tanto menos dispuesto al pogo, cuanto al viaje y al experiencia sonora que vibraba en nuestro cuerpos.
El sonido y su impacto en el cuerpo: el lenguaje de Russian Circles
Tampoco pudo faltar la ocasión para tocar temas de su último disco de estudio, “Gnosis” (2022), y la razón de ser que impulsó su primera gira latinoamericana. Así fue, entonces, con “Conduit”, que hizo arreciar la agresividad de sus dos canciones precedentes. No se perdió un ápice de la atmósfera misteriosa y genspenteriana que inundaba a los tres músicos, exhortos y enajenados en su ejecución.
No hay acto ritual. Casi no hay feedback. El plano de la experiencia recorre el camino de la singularidad fenomenológica. Impertérritos, los cuerpos de los tres músicos arriba del escenario sólo responden al lenguaje de su enajenación. No es falta de cortesía, no es indiferencia: es una inmersión necesaria, precisa e inevitable de la invocación sonora que han iniciado. Del “Olé, olé, olé, olé, Russian, Russian” de parte del público, vulgata por antonomasia del vitoreo argento, apenas un risueño Brian responde asintiendo con una sonrisa. Lo suficientemente prudente como para no conmover el periplo de su trance.
El lenguaje de la banda elige expresarse por otros canales, menos frecuentes, pero más potentes, más inenarrables. En esa clave, continuaron la interpretación de su repertorio. Sin menguar un ápice de misterio, continuaron con “Afrika”, “Quartered”, “Deficit” de su disco de 2013, “Memorial”. Entre estos, hicieron lugar para «Betrayal» y «Gnosis», ambos de su último disco de estudio, lacerando la psíquis de sus oyentes con la última de sus creaciones musicales.
Una marca en el alma
El éxodo invocatorio de la banda comenzaba a acercarse. Se anticipaba en el gesto del saludo que hace Dave Turncrantz con las baquetas. Pero todavía quedaría tiempo para dos temas más, a saber, un continuum alevoso de “Youngblood”, en el que suscitó un primer minipogo de la noche, seguido del fantástico “Mládek”, cuyo binomio sintetizó, con excelsa ejecución, una noche que quedará para la historia. Con la misma seriedad y sin fuerzas articulatorias lingüísticas, el trío americano se despide con una foto grupal, ante un público que, a juzgar por sus semblantes, aún no se había podido sustraer de su estado de estupefacción y frenesí ante tamaño despliegue estético.
Por lo demás, y dicho no sea de paso, agradezco el gesto y la deferencia de Noiseground Producciones, quien gestionó la posibilidad de esta fecha invaluable e histórica y quien nos dio la oportunidad de poder presenciarla.
Crónica: Nicolás Alabarces
Fotografía: Facundo Rodriguez
Enter, su disco debut, es del 2006.
Station es del 2008 (desde ese año que esperaba verlos).
Gran show, incluyeron mis dos canciones favoritas a la inversa: Station/Harper Lewis, increíble. Son una aplanadora. En un mundo ideal los vería todos los meses.