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Black Metal desde el fin del mundo: entre terruños escandinavos y el cono sur

El pasado sábado 2 de diciembre se proyectó el documental Black metal desde el fin del mundo [Black metal from the end of the world], dirigido por Victoria Pelejero y cuya producción estuvo a cargo de Marko Milinkovic, además de todo un equipo de colaboradores que empujaron y consolidaron este trabajo, desde edición, cámaras, prensa, fotografías, scouting y animación. Fue, sin duda, una de las proyecciones más ansiadas con la que cerró el último día de la cuarta edición del Festival Buenos Aires Rojo Sangre, un proyecto dedicado a la oferta de filmes, charlas y proyectos audiovisuales vinculados al universo del cine noir y de terror que cada vez tiene más popularidad y alcance. 

Este documental, por su parte, se trató de un trabajo en conjunto y colectivo que fue pensado e impulsado hace ya unos años, pero que se terminó materializando recientemente. La espera fue larga, pero finalmente llegó.

Desde Vientos de Poder, asistimos a su estreno ante una sala colmada de gente que no escatimó en llevar cervezas e incluso, en algunos casos, cuernos y jarrones vikingos. La idea de este informe es apuntar algunas claves y lecturas de Black metal desde el fin del mundo, sin que eso suponga un spoiler (si es que tamaña cosa existe en un formato documental) ni una narración literal de sus episodios. 

Un hombre anónimo de semblante taciturno…

Un hombre anónimo de semblante taciturno se alista, entre sombrío y estoico, para salir fuera de su cabaña. El humo y el olor de la leña consumiéndose en el hogar morigera el cuerpo frío, que sabe que le espera la gelidez y el horizonte lívido cubierto de nieve. Sin embargo, no es la primera vez que se va a enfrentar a la hostilidad del invierno escadinavo, donde la luz del sol, si la hay, flaquea prematuramente. Finalmente, con su equipo de abrigo y una caña de pescar, el hombre sale de su casa acompañado por su perro, quien permanece igual de impertérrito ante la imponencia del frío más radical. Ambos se abren camino a paso lento, por la resistencia de la nieve, hacia senderos donde los árboles del bosque parecen tener un lenguaje especial: una escritura subyacente, una gramática de la soledad y de la melancolía. El destino es un páramo donde, ante una superficie inmensa de hielo macizo, el hombre se dispone a pescar en un pequeño hueco hecho artificialmente, en las bondades de un clima que excede los 30 grados bajo cero. Como en la literatura abbathiana, realmente en el corazón del invierno

El hombre anónimo, acompañado por su perro, es Thomas Sømme (de Raseri y Plaag). Esto es algo de lo que se puede ver en uno de los teaser del documental Black metal desde el fin del mundo. La secuencia de la espacialización del corto nos anticipa y nos explica mucho del nombre que lleva este trabajo. El fin del mundo. El páramo escadinavo donde el frío, la ausencia de luz y los bosques son el escenario recurrente para quienes transcurren y experimentan su existencia en estas tierras. 

Mucho de esto tiene que ver, desde luego, con las condiciones de aparición, emergencia, producción y manufactura del género más polémico, bello y radical del metal extremo: el black metal. Dichas condiciones, sumadas a un odio cultivado y organizado cultural y estéticamente contra el cristianismo, empujaron a que, al interior de la escena del black metal, en las postrimerías de los años 80 y los albores de los 90, se produjeran una serie de eventos sin precedentes para el mundo de la cultura en general: estamos hablando de las quemas de iglesias, los suicidios de integrantes de bandas fundadoras del inner circle y los asesinatos entre colegas. 

Sin embargo, el documental, sin abdicar de esta mácula imprescindible, se esfuerza no tanto por reescenificar dichos acontecimientos cuanto narrar los modos en que actualmente está organizada y pensada la escena del black metal en las tierras del fin del mundo; en una palabra, en las tierras donde la cosmogonía del odio, la tristeza y la destrucción del mundo tuvo su origen. En ese periplo (que va desde Oslo, Bergen hasta el pueblito de Koppang), el documental registra una serie de testimonios de varios integrantes de bandas de la escena más under de Noruega para relevar no sólo qué opinan del black metal, sus relaciones con el género y cómo lo piensan actualmente, sino cómo este es receptado y resemantizado en latitudes como las de América Latina. 

Si pensamos en las templadas pampas de nuestra tierra, ¿cuánto hay de aquellas canciones que hablan de nieblas fúnebres, bosques silenciosos y grises, de invocaciones y poemas sobre el invierno, la muerte y el suicidio? 

¿Dónde está el fin del mundo? Black metal desde el más acá

“Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte. 

¿Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; 

o los heraldos negros que nos manda la Muerte? 

Son las caídas hondas de los Cristos del alma, 

de alguna fe adorable que el Destino blasfema. 

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones 

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”

(“Los heraldos negros”, de César Vallejo, poeta peruano).

“Es ego quien dice ego” (Émile Benveniste).

¿Desde dónde se enuncia el fin del mundo? A veces hay que descubrir el hedor de lo popular para reconocer una identidad propia y, de esa manera, hacer crecer una impronta liberadora y destructiva del orden actual. Son palabras que, parafraseándolo, el filósofo y antropólogo argentino Rodolfo Kusch propone para pensar cómo se configura el “estar siendo” [heideggeriano] en los lugares desde donde uno piensa, imagina, sufre, desea, experimenta y, por supuesto, produce. Cada lugar, cada disposición geográfica, cada molécula de tierra, trae consigo una especificidad histórica y espiritual única e irrepetible. Aun reproduciendo un mismo hecho, estas cualidades del espacio contaminan y crean un producto nuevo. Repetición y diferencia, diría Deleuze.

Esto nos sirve como pre-texto para introducir otro de los elementos que el documental pone de relieve, a saber, el contrapunto América Latina (concretamente, Argentina) y Noruega y, por lo mismo, los modos en que ingresa el black metal a nuestro continente, cómo es incorporado a nuestra cultura y cómo se resemantiza o se recrea, según cada caso. Para ello, se recurre también al testimonio de algunos referentes de la escena local. 

La pregunta es evidente: ¿por qué ante un hiato tan flagrante entre dos culturas diametralmente opuestas se replican elementos estéticos de manera casi idéntica? En una palabra, ¿por qué el mundo estético del black metal argentino reproduce el universo literario e ideológico de las tierras escandinavas? ¿Debe crearse un black metal autóctono con las raíces y los esoterismos propios o hay acaso alguna suerte de sustrato esencial, total y universalizante que sortea las especificidades de la tierra y la localidad? Nos parece que más que una pregunta moral (sobre lo que debe ser) se trata de un debate abierto que dudo que pueda encontrar sutura, al menos por ahora.

“En Argentina, a diferencia de otros países como Bolivia, Perú, México o Ecuador, no hay una propuesta originaria que tome cosas de su cultura para hacer black metal como en estos ejemplos”, dice uno de los entrevistados, Vitiko Blasphemer. Desde luego, si uno piensa en casos como Bolivia o Perú, la escena del black metal, por demás exigua y under como en todas partes, tiene una fuerte zona de contacto con referencias nativas e indígenas. La excelente novela del escritor boliviano Miles de ojos (2021) es un ejemplo cabal de este sincretismo, donde el origen histórico es clave, pero donde la mística esotérica y la potencia destructiva sale más de la tesitura del altiplano que de las gélidas tierras noruegas. Este gesto de refundación no le resta siquiera un ápice violencia, ni de tristeza, ni de poiesis y creación destructiva; por el contrario, Sacrilegus, la banda ficticia de black metal, es una representación sinecdóquica de la mayoría de las bandas de black metal en Bolivia. 

En el caso de Argentina, dicho sincretismo casi no existe. La relación con el black metal es, en general, mimética. Uno de los integrantes de la banda platense Ancestrum, entrevistados en el documental, ratifica esta línea: su influencia directa son las bandas europeas, tanto así que, relata, pasó más de 5 años allá para empaparse de la escena noruega. 

Sin embargo, creemos que, tal como lo dice en una ocasión Stian “Nagash” Arnesen (The Kovenant, Troll, ex Dimmu Borgir), el black metal supera la literalidad del satanismo y de cualquier referencia vinculada al universo escandinavo; antes bien, se trata de una reacción cargada de odio contra cualquier gesto de dominación, ya sea en el plano intelectual, cultural, religioso o social. El black metal, en ese sentido, salió de la mera textualidad diegética de su literatura y se convirtió realmente en un martillazo concreto de odio que acabó y se materializó, en su mejor expresión, en la quema de iglesias en una respuesta enconada e implacable contra el cristianismo como representación paradigmática de una suerte de colonización cultural. Se podrá suscribir o no a estos acontecimientos, pero son un hecho que marcan un diktat respecto no sólo del metal extremo en particular, sino de toda la cultura artística en general. Aun hoy cuando las poeisis y la acción destructiva parece haber vuelto a la exclusividad de su sonido, su poesía, su universo simbólico y su propuesta estética (todos los entrevistados demuestran ser personas exacerbadamente diplomáticas y tranquilas), sigue siendo igual de disruptivo y, por suerte, no ha podido ser teterritorializado del todo por los Ministerios del Capital y la industria cultural.

Más allá o más acá del el fin del mundo, si se lo piensa desde el satanismo, el odinismo, la depresión radical (tal como lo preconiza la filósofa bulgara Julia Kristeva en su ensayo Sol negro, depresión y melancolía) o el individualismo nietzscheano, pareciera haber un elemento subyacente en el black metal, cuyo género, en Noruega, Argentina, Bolivia o Afganistán, utiliza todos estos recursos para poner de relieve una zona de concato universal y transgeográfica: el odio contra Este-Mundo.

Black Metal para el fin de Este-Mundo

“Debemos corregir el error de Deleuze: haber fracasado en cultivar un odio hacia este mundo” (Dark Deleuze, Andrew Culp).

“You and I have got the world in our grasp / The world at our knees, and the vision of destruction in our eyes” [Vos y yo tenemos el mundo a nuestro alcance / este mismo mundo de rodillas y la visión de su destrucción en nuestros ojos] (“Darkness it shall be”, Marduk).

No hay black metal sin una invocación enconada de odio, uno lo suficientemente puro como para convocar todas las fuerzas en la conjura y la sedición completa de Este-Mundo.

Más allá de la articulación ideológica o simbólica que se elija (el satanismo, la depresión radical o el retorno romántico a la naturaleza), esta es la vocación natural del black metal por esencia: conmover, aterrorizar, azotar y buscar Aniquilar Este-Mundo, una desterritorialización oscura, una sedición completa y una enunciación permanente de lo terrible. El odio, pasión total y cósmica del black metal, dispara una experiencia de horror motivada por la pregunta: ¿hasta dónde es posible expandir y desplegar este odio sin caer en un vacío irrespirable, en un desierto apocalíptico y oscuro, en suma, en la muerte? Una economía política del odio (el ruido blackmetalero) digno de su nombre lleva la experiencia de la disolución hasta sus límites. Por eso el black metal es una potencia destructiva bífida que esconde una nueva creación: suscitar la disolución interna para fugar y posteriormente crear un nuevo mundo-exterior. ¡El black metal máquina de odio siempre traza líneas permanentes hacia el afuera!

Esto es parte de una propuesta de ensayo que se esfuerza en hacer una trabazón entre la filosofía, las políticas del odio de Andrew Culp y el black metal. Nos parece que, con gran astucia, el documental recoge este espíritu universal del género a través del testimonio de voces del acá (latinoamericano) y del fin del mundo (noruego), aun con la heterogeneidad y la polifonía de voces que, en ocasiones, parecen estar ciertamente en franco litigio. Por momentos, daría la impresión de que la elocuencia no es el atributo más destacado de algunos de los entrevistados noruegos, con la flagrante excepción de Nagash quien se destaca por su ilustración y su claridad conceptual. Pero sería despiadado no advertir que hay una limitación evidente: la de comunicar en su lengua no materna, en un inglés rudimentario, lo cual puede suponer un gran obstáculo a la hora de exponer ideas con diversidad lingüística. Sin embargo, esto no hace menguar ni un poco la calidad de un material que resulta invaluable para los que escuchamos, nos afectamos y nos agenciamos con el black metal, máxime teniendo en cuenta la oferta yerma y exigua en en materia de producción audiovisual local. 

Esperamos que este documental se pueda sumar prontamente a la biblioteca pública universal de la literatura de black metal para que otros, como los afortunados que llenamos la sala aquel sábado negro y caluroso, puedan apreciar la calidad de un trabajo excepcional. 

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Nicolas Alabarces

Licenciado en Letras (UNC) y actualmente becario CONACYT en Filosofía Política por la Universidad Autónoma de México (Xochimilco). Tomado completamente por las cadencias malaleche, escucha Metal desde chico, cuando un amigo le pasó un cassette con canciones de Maiden, Hermética, Slayer, Metallica y Sepultura.-

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